¿Se imaginan salir de una piscina sin la piel reseca ni los ojos rojos? ¿Poder abrir los ojos debajo del agua y no tener que nadar sintiendo el cloro en la nariz? ¿Se imaginan una piscina que apenas consume agua? ¿Que no la desperdicia? ¿Un lugar en el que se puede nadar en la misma agua durante años? ¿Una alberca que, como las antiguas balsas de riego podría servir para regar la vegetación? La demanda ha jugado a favor de este tipo de piscinas, cada vez más solicitadas, y la biotecnología las ha hecho posibles.
En el Reino Unido y en Alemania han florecido las empresas que asesoran para que una piscina doméstica funcione como un gran lago. Sin emplear productos químicos para cuidar el agua y, en su lugar, con una estudiada trama vegetal para tratar, cuidar y mantenerla, estas piscinas funcionan con filtros de rocas y plantas –en los que se pegan las bacterias y las algas- y también con pequeñas cascadas que oxigenan el agua y permiten utilizarla durante años.
La británica GartenArt ha construido más de 40 piscinas ecológicas desde 2004. Su publicidad habla de estanques en los que se puede nadar. Y sus proyectos, levantados en Italia, Reino Unido, Francia o Estados Unidos, se adaptan a todo tipo de estilos arquitectónicos. De los más sobrios a los más salvajes, todos tienen en común la confianza en un sistema natural, la ingente cantidad de agua que ahorran –al conservarla como un lago durante años con pérdidas minimizadas-, y el tomar como guía los procesos biológicos naturales, la herramienta más lógica para el mantenimiento de la piscina y la preservación del planeta.
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