El edificio que convierte la contaminación en joyas

Según la Organización Mundial de la Salud, el 92% de la población mundial vive en lugares donde no se respetan sus directrices sobre la calidad del aire. Vivir en entornos contaminados, afirma la OMS, aumenta la posibilidad de sufrir accidentes cerebrovasculares, cánceres de pulmón, neumonías o asma, enfermedades que terminan con la vida prematuramente de tres millones de personas. Un estudio del Departamento de Epidemiología de la Escuela Nacional de Sanidad situaba en más de 26.000 las muertes provocadas en España a causa de la contaminación por partículas en el aire. El problema, pues, no es pequeño. Y el reto de resolverlo se antoja mayúsculo, pero mientras se despejan (por necesidad) los intereses económicos que paralizan a las instituciones gubernamentales y a los gigantes de la industria, cualquier gesto -por pequeño que sea- suma para concienciar de la gravedad de la situación a la que nos enfrentamos. 

 

Daan Roosegaarde es uno de esos artistas que considera que los gestos tienen su importancia. Por eso su trabajo como diseñador está centrado en la construcción de obras que señalen la posibilidad de un futuro más sostenible. Roosegaarde, que en una entrevista con la BBC se definió a sí mismo como un “hippie que tiene un plan de negocio”, se dio a conocer en 2014 gracias a su proyecto de carreteras inteligentes. Su idea, instalada de forma experimental en un tramo de un kilómetro y medio de la autopista N329 a su paso por Oss en Holanda, consiste en un gel fluorescente que marca las líneas de la carretera para sustituir la iluminación tradicional. La pintura utilizada es interactiva (brilla más cuando se aproxima un vehículo) y sensible a las temperaturas (para indicar a los conductores que el pavimento está helado). De momento, el proyecto no pasa de ser una instalación artística, aunque el holandés cree que muy pronto podría implementarse de forma masiva, lo que reduciría los costes y las emisiones de la iluminación convencional. 

La última idea de Roosegaarde es la Smog Free Tower una torre de tres metros de ancho por siete de alto que alberga un gigantesco purificador de aire, capaz de absorber y limpiar hasta 30.000 metros cúbicos por hora. Instalada en Beijing, la capital de China (un país que sufre gravísimos problemas por culpa de la contaminación atmosférica), la torre de Roosegaarde crea una burbuja de aire limpio dentro de la ciudad. Una especie de oasis libre de contaminación que permite a los transeuntes disfrutar de una atmósfera limpia y apreciar la diferencia entre respirar el aire contaminado y el aire puro. Las partículas recogidas por el purificador son después, en otro gesto significativo, convertidas en piezas de bisutería. Roosegaarde es consciente de que su idea, por sí sola, no sirve para resolver el problema al que se enfrentan las grandes ciudades, pero es una imagen hermosa que ayuda a concienciar a quienes toman las decisiones y a las poblaciones, que pueden presionar a sus gobernantes. 

Se trata, afirma el holandés, de “conectar la tecnología con la poesía y mostrar la belleza de otro mundo posible”. 

Entrevista y edición: Texto: José L. Álvarez Cedena


 

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